“Balancéate constantemente al ritmo de la percusión de arriba abajo. Estira tu trasero hacia atrás, como si pudieras depositar una bandeja sobre él, utiliza tu barriga como apoyo. Gira los pies con cada paso, alternando las piernas en X con las piernas arqueadas y cuida que las rodillas acompañen los giros de los pies.
Sigue el ritmo con los brazos sueltos o, según la figura, tuerce también los brazos en dirección contraria de las piernas. A la vez hay que agitar las manos. ¡Y no te olvides de balancearte de arriba abajo! ¡Sigue torciendo los pies también en cuclillas y ahora un poco más de éxtasis – menea el esqueleto!” Después de una canción me falta el aliento, el sudor recorre mi cuerpo y estoy muy lejos de ser una auténtica flapper. ¡Ay, si hubiera sabido lo difícil que es bailar el Charlestón! Este baile lleno de energía y extremadamente rápido – marca un ritmo entre 50 y 75 pulsaciones por minuto – nació a principios de los años veinte en Broadway y se conoció en Europa por la extraordinaria Josephine Baker. Fue el precursor de todo los bailes que le siguieron desde el Lindy Hop, el Swing hasta el Rock‘n’Roll. Me siento muy torpe bailando, tropezando con mis propios pies. Así que intento averiguar algo sobre este baile o mejor sobre el espíritu de este tiempo y descubro muchas coincidencias con el presente, pero con la diferencia que las mujeres de los años veinte eran más descaradas, abiertas y valientes. En el fondo toda la emancipación de hoy se basa en aquel tiempo.
Pero comencemos con las coincidencias y con el final al principio:
La desbordante alegría de los locos años veinte – la década (r)evolucionaria y explosiva entre las dos Guerras Mundiales – se parecía al baile sobre el volcán. Con la caída de la bolsa de Nueva York que tuvo como resultado la crisis económica mundial, la época dorada terminó abruptamente en 1929. Después siguió la Gran Depresión.
Justo 80 años después, el 15 de septiembre del 2008, estallaron los mercados financieros globales. ¡Estamos en crisis! Al poco tiempo se presentó en Milán la primera colección de la “Depresión chic” en las pasarelas, lo cual explica por que encontramos esa ropa con flecos, brillos y boas actualmente en las tiendas. ¿Con la crisis crece el anhelo por un nostálgico glamour? Hasta el veterano roquero Iggy Pop canta en su último CD acompañado por Dixieland Jazz.
Fue la era del progreso técnico: las películas mudas, por ejemplo con Charlie Chaplin, Búster Keaton o Louise Brooks atrajeron a la gente a los cines y ya en 1926 Warner Brothers produjo su primera película sonora. El cine se convirtió en un medio de masas y en un placer al alcance del “ciudadano humilde”. En Berlín se construyeron cines con hasta 1800 asientos, en Nueva York hasta 3000 y en el más grande cabían 6000 espectadores. ¡Entre 1925 y 1928 John Logie Baird inventó el primer televisor, que funcionaba mecánicamente y poco después el primer televisor en color! ¡Se inventó la radio y se emitieron las primeras programaciones radiofónicas (en Pittsburg, EE.UU. el 2 de noviembre de 1920 y en Europa al año siguiente) – que revolución! El desarrollo del teléfono llevó en el año 1926 al primer radioteléfono y las primeras cameras económicas de tamaño pequeño, por ejemplo de Minolta, se comercializaron.
Enfoquemos el presente: ¿Qué sería el hombre moderno sin Internet, ordenador, teléfono móvil, tele, radio, cine, iPod y cámara digital? ¿Vale, es difícil imaginarlo, probablemente bastante “desamparado”?
También en la industria automovilística hubo las primeras producciones en masa: Entre 1913 y 1927 se fabricaron unas 15 millones de unidades del asequible modelo T “Tin Lizzy” de Ford. Y BMW anunció en 1928 el primer coche favorable para la mujer, llamado “mi pequeño Dixi”. Ya en 1921 se abrió en Berlín la primera vía del mundo, la llamada AVUS (carretera de tráfico y aprendizaje), que era algo parecido a las actuales autopistas. Pero también la industria aérea creció rápidamente. En Berlín se inauguró el primer aeropuerto Tempelhof en 1924 y Charles Lindbergh sobrevoló el Atlántico el 20 de mayo 1927 en solitario (Nueva York – Paris). Con la locomoción motorizada nació el turismo: los cruceros (Titanic), viajes en tren (expreso de oriente), viajes en avión (zeppelín) y viajes en automóvil – aunque estos viajes de lujo no eran asequibles para todo el mundo.
Una mirada a la actualidad: Sin coche, autobús (guagua), metro, avión y el resto de estos medios de transporte, nuestra vida sería impensable y el turismo de masa se lo puede permitir cualquiera hoy en día.
Entre 1918 y 1920 fallecen por la Gripe española más personas que en la Primera Guerra Mundial. Las víctimas de la pandemia se calcularon alrededor de 20 hasta 70 millones de personas a nivel global.
Gracias a Dios, hasta el día de hoy, no se han cumplido las profecías terroríficas de la llamada Gripe A. ¡Achís!
Charles H. Best y Frederick Grant Banting descubrieron entre 1921 y 1922 la insulina y poco después, en 1928, Alexander Fleming reveló la penicilina. ¡Qué hito en la evolución de la medicina!
Sin comentarios.
La Generación Perdida fue sostenida por genios como F. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby), Ernest Hemingway y D. H. Lawrence. El último de los nombrados, provocó con su novela “El amante de Lady Chatterley” un escándalo inmenso, por su descripción explícita de un acto sexual. El arte se inventó de nuevo, empezando por Picasso y Miró, llegando hasta Dalí. El nuevo diseño y la arquitectura fueron dominados por el Art decó.
Las obras de arte de esta época, siguen influyéndonos hasta el día de hoy.
Las drogas estaban de moda: cocaína, heroína, opio, alcohol – pero del fuerte – y cigarros. Surgió un nuevo fenómeno: ¡beber para emborracharse! Algo parecido al dichoso Botellón que celebra la juventud en la calle. En fin, nada nuevo: Hoy es la prohibición de fumar, en los años veinte era ilegal consumir alcohol, al menos en Estados Unidos. Definitivamente una coincidencia innegable.
Bueno, y ahora he llegado a lo que realmente me interesa: La “mujer nueva”. ¿Pero mujer y prohibición en una misma sopa? ¿Cómo va ser eso? En los principios del siglo veinte, las mujeres lucharon por la igualdad de derechos y el sufragio femenino. Principalmente en Inglaterra, pero también en Estados Unidos, las llamadas sufragistas, se manifestaron rabiosamente a favor de la concesión del derecho a votar. Las mujeres se manifestaron en la calle, destrozaban ventanas y también se lanzaban delante de un coche, si hacía falta. Si luego las señoritas eran detenidas por su vandalismo, seguían en la cárcel con la huelga de hambre. Por la ausencia de los hombres, que luchaban en las fronteras durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres se encargaron de nuevas funciones en la sociedad y en el mundo de trabajo. Con palabras cortas: la mujer ejercía una profesión.
Lógico entonces que, con el regreso de los soldados al terminar la guerra en 1918, la mujer debía ser desalojada del mundo público y arrimada de nuevo al fregadero paternal – así la opinión masculina. Pero las damas no se dejaron echar tan fácilmente de ese oficio, que habían defendido a patadas. Todo lo contrario: eran tan testarudas y empeñadas en cambiar su vida y conseguir el derecho de votar, que los políticos estadounidenses, optaron por implantar dos nuevas leyes. El 16 de enero de 1920 se introdujo la prohibición del alcohol (Ley seca) y casi al mismo tiempo el sufragio femenino. Sigmund Freud escribió en 1927 sobre el “futuro de una ilusión” tan apropiado:
“Quien ha tomado durante décadas somníferos, lógicamente no puede dormir, si se le somete a una privación del medicamento. Que el efecto del consuelo religioso y el de un narcótico puede ser legítimamente equiparado, es preciosamente aclarado por el acontecimiento en América. Ahí quieren privarle al humano – por lo visto bajo la influencia del imperio femenino – todos los medios excitantes, estupefacientes y placenteros y hartarlo, de recompensa, con los frutos de dios. El desenlace de este experimento no despierta ninguna curiosidad.”
En efectivo, el derecho a votar y la nueva influencia política de la mujer, no cambió nada en el código civil, que por supuesto seguía en vigor. Así pues, las mujeres al ser casadas, seguían estando bajo la tutela de sus maridos y eran obligadas a someterse a la voluntad del mismo. Es evidente, que a las jovencitas no le quedaba otra posibilidad, que meterse a fuerzas en el dominio del hombre. La solución: cabello corto, peinado de chico en estilo “Bob”, una cinta con pluma en el pelo, en el cuello joyas con gran despliegue, cadenas de perlas y una boa para rematar. Se despidieron del corsé (responsable de eso fue la diseñadora Coco Chanel, que también invento el “pequeño vestido negro”) y usaban, en cambio, sujetadores que les aplastaban los pechos. Usaban faldas cortas y trajes colgantes que por primera vez dejaban al descubierto sus brazos y piernas – más vale ir cómodo – y las franjas y lentejuelas le daban el toque final, para pronunciar de forma provocante el resto de sus curvas. Montaban en bicicleta y conducían coches, algunas tenían trabajo y se puso de moda el hacer deportes. Gozaron de gran popularidad el boxeo, esgrima, lanzamiento de jabalina y natación – (por cierto: el primer bañador era hecho de lana y en 1923 la empresa Converse trajo al mercado las zapatillas All Star, que hasta el día de hoy siguen siendo imprescindible para la juventud. Al fin y al cabo, las señoritas necesitaban un calzado confortable para las manifestaciones y el deporte.) Hacían visitas nocturnas en los clubs de Jazz, se echaban maquillaje como las estrellas de cine – con pintalabios “a prueba de besos” se supone – fumaban con boquilla, provocaban con su baile apasionado y bebían alcohol ilegalmente en medio de la calle. Quedaban con hombres, los seducían o se dejaban seducir, disfrutaban del juego amoroso sin llegar al acto sexual en sí e implantaron lo que en España se le llama “el meterse mano”. Esas “nuevas mujeres jóvenes” se le llamaban las “flappers” ( “to flap” significa aletear como un pajarito, que acaba de hacer su primer vuelo de prueba, o revolotear como una gallina asustada). Las flappers eran testarudas y se negaban a ser “niñas buenas”. Definieron de nuevo, lo que antes se entendía bajo un “buen comportamiento” y se volvieron atrevidas, impertinentes y pretenciosas. En fin: la prohibición llevó al efecto contrario, del que se quería conseguir. El beber a escondidas se puso de moda y el alcohol prohibido fue transportado en donde se podía. Bolsas de agua caliente, libros falsetas y hasta ataúdes sirvieron para este fin, mientras que las chicas llevaban sus dosis, bien sujetas en el liguero. Los “bares de chucheadillo”, los Speakeasy, eran tanto provistos para consumir alcohol de alto porcentaje en compañía, como para escuchar los ritmos calientes del Jazz y celebrar fiestas hasta el amanecer. De este modo, la prohibición dio lugar a un progreso espectacular de organizaciones criminalistas. Se instituyeron agentes para controlar el contrabando de las bebidas alcohólicas. Pero lo contrario fue el caso: La mafia controlaba el mercado y Al Capone iba de buen ejemplo por delante. (Al Capone, el jefe de la mafia, fue el primero que invirtió sus ingresos en lavanderías y consiguió de esta manera una defraudación bastante exitosa. De ahí proviene el dicho de “lavar el dinero”.)
La moda y el nuevo tipo de vida de las flappers, con ese “estilo garçonne (chico)” (Marlene Dietrich, en traje-pantalón), el Jazz y todos los inventos de la época, conquistaron por medios de comunicación las metrópolis del mundo, empezando por Nueva York, Londres, Paris y Berlín.
Después de todas esas informaciones, me miro de nuevo en el espejo e intento sentir ese espíritu vital de los años veinte. Los pensamientos me dan vueltas en la cabeza: “Para las mujeres ha cambiado mucho en los últimos ochenta años: Pueden ejercitar una profesión y estudiar, algunas llegan hasta a ser cancillera federal, existen los anticonceptivos, tienen más derechos y libertad sexual… ¿Cierto?
No para las mujeres que se deciden a tener hijos y a criarlos. Son las madres, que hacen el trabajo necesario, para crear la existencia base de nuestra sociedad. Pero ese esfuerzo no es percibido ni valorado. La falta de apreciación, de derechos y aseguración desemboca en el hecho, que las jóvenes se deciden por una carrera y contra los hijos. Para madres (y amas de casa) realmente no cambió nada en los últimos ochenta años, siguen siendo el segundo plato en nuestra sociedad… Y ni siquiera salen a la calle para manifestar y acabar con la injusticia.”
Una rabia incontrolada me sube a la cabeza. Pongo la música y comienzo a desahogarme bailando con todas mis fuerzas. Mi cuerpo vibra, mis piernas empiezan a apropiarse de ese movimiento twist. Testaruda como nunca, estiro mi trasero hacia atrás y comienzo a moverme en el ritmo Charlestón. Bajo el lema: “que les den a todos, madres también saben bailar” siento de repente, ese espíritu vital de los años veinte, que parece adueñarse de mi. Me siento imponente.
¡Rodillas al aire, chicas! Eso está chulo… o más bien:
That`s the bees knees! (Saludos, las flappers)
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