Todo el tiempo durante mis pesquisas he estado preguntándome, por que emigraron tantos canarios a Luisiana entre 1778 y 1784. ¡En las listas de embarque figuran 2736 canarios emigrados, pero hay estimaciones de hasta 4000 personas! Hoy en día viven alrededor de 40.000 Isleños en Luisiana (¡en algunos documentos la cifra se eleva a 70.000!).
El hecho que muchos emigraron a Cuba, Uruguay, México, la Española y Venezuela (¡el último gran éxodo en dirección a Venezuela tuvo lugar entre 1936 y 1945!) es bien conocido. ¿Pero porque justamente a Luisiana?
No soy historiadora sino una mezcla entre autora y actriz. Investigando y descubriendo mi cerebelo capta imágenes que me tocan emocionalmente, y que quiero compartir con ustedes.
¡Cierre los ojos y haga conmigo un viaje a través del tiempo! Pero no se olvide de leer mi texto antes.
Nos encontramos en las islas Canarias en el siglo 18: los españoles ya habían conquistado las islas 300 años antes, exterminando con su conquista a los aborígenes o sea a los guanches con éxito – (apropósito, según recientes investigaciones de tecnología genética todavía hoy el 40 por ciento de la población local sigue estando emparentada con los guanches.) – Cristóbal Colón hizo su última parada en la isla de la Gomera, antes de zarpar el 6 de septiembre de 1492 hacia la India, descubriendo sin embargo, como se sabe, el nuevo mundo: América. Así que las islas Canarias se convirtieron en la base comercial española más importante en el Atlántico.
Y como casi todos las semillas en Canarias caen en tierra fértil, así también prosperó la población, aumentando de 41.000 habitantes en el año 1605 a 194.516 en el año 1802. Ya entonces Tenerife y Gran Canaria fueron las islas más pobladas.
Los canarios cultivaban cereales, caña de azúcar y vino. La exportación de la caña de azúcar y sobre todo del vino fue un gran éxito comercial. Las leyes de liberalización de comerció del siglo 18 permitieron también a las Canarias el comercio con el nuevo mundo: América.
Los cultivos importados de allí se extendieron rápidamente por las islas: patatas (papas), maíz (millo) y tomates fueron un boom. Además se importaban cacao, tabaco, madera de Brasil y muebles. Los canarios exportaban su famoso vino, vinagre, peras en almíbar, membrillos y frutos secos.
Ahora viene el quid de la cuestión, lo que yo no sabia, pero se entiende enseguida al mirar el mapa de América de 1787: ¡Después de la conquista de América (incluido el linchamiento y la exterminación de los indios) los españoles tenían que colonizar y defender este inmenso territorio! ¿Pero quién, aparte de un puñado de aventureros abandonaba entonces su tierra voluntariamente, para lanzarse a un mundo totalmente desconocido? ¡Por eso! En un Real Decreto del año 1718 se legalizaban las relaciones comerciales entre las islas Canarias y América de una manera especial. ¡El Tributo de sangre, que ya se había practicado ilegalmente desde el año 1678, obligaba a emigrar a América a cinco familias canarias de cinco miembros como mínimo por cada cien toneladas de mercancía importada desde América!
Los canarios no tenían elección, eran siervos o simplemente esclavos blancos. A lo mejor esclavos “de primera clase”, porque los hombres que servían como soldados recibían una paga por cuatro años. La altura de los reclutas determinaba su sueldo: los más altos cobraban más. ¿Será por eso que los canarios de hoy no estén entre los más “altos”, porque se fueron todos entonces?
Se elegían familias de los más diversos sitios de las islas que tenían que emigrar: papá, mamá y los niños. Si non tenían los hijos suficientes también embarcaban a la abuela, al abuelo o a la suegra. Lactantes, embarazadas, niños pequeños – todo incluido, algunas familias llevaban hasta 9 hijos. Las familias eran recogidas, trasladadas a Santa Cruz y embarcadas desde allí en los barcos siguientes: “Santísimo Sacramento” el 10 de Julio de 1778, “La Victoria” el 22 de octubre de 1778, “San Ignacio de Loyola” el 29 de octubre de 1778, “San Juan Nepomuceno” el 9 de diciembre de 1778, “La Santa Faz” el 17 de febrero de 1779 – para mencionar solo algún barco con su nombre y así siguió hasta 1784. No es extraño que esta gran emigración forzosa llevara a un gran desequilibrio entre los sexos: ¡En el año 1787 se contabilizaron en el grupo de población entre 25 y 40 años 5.065 hombres y 8.094 mujeres!
Cada barco llevaba entre 292 y 460 personas a bordo. Algunos lograron huir poco antes del embarco, otros se casaron rápidamente antes de la salida. No había mucho espacio, los hacinaban en la oscura bodega y a lo mejor les permitían subir a coger aire a cubierta de vez en cuando. Hombres y mujeres fueron estrictamente separados, el sexo, perdón el acceso carnal, estaba prohibido de todas formas, hasta para los matrimonios. A bordo se encontraban un cirujano y un cura, con eso bastaba.
Es difícil imaginarse, como sería para estas humildes familias abandonar su tierra para siempre. Sin ningún conocimiento, sin la certeza de llegar a su destino. Visto desde la abundancia, siempre cuesta imaginar la emigración: pienso en las imágenes (2008/2009) de los “Sin Papeles” de Senegal o de otros países africanos, que llegaban muertos de sed en sus abarrotados cayucos a las playas canarias repletas de turistas. Seres humanos que recibieron atenciones médicas y alojamiento en refugios, pero no se atrevieron a revelar su país de procedencia por miedo a ser repatriados – a excepción de los menores. La playa fue devuelta a los turistas una vez desinfectada después de atender a los refugiados. ¿Ya lo olvidamos? El mundo es un pañuelo.
Así que los canarios abandonaban su isla bonita, su tierra. La travesía duraba unos tres meses, muchos no llegaron nunca a Luisiana. En el delta del Misisipí se les repartió tierra, un fusil, algunos animales y semillas. Eso fue todo y según el lema “búscate la vida” los emigrantes tuvieron que lidiar con unas condiciones de vida completamente nuevas: en vez de la fértil tierra volcánica bajos sus píes, tuvieron que desaguar paisajes pantanosos, en vez de pequeños lagartos tuvieron que habituarse a los cocodrilos, en vez del suave clima de las Canarias tuvieron que soportar de repente fríos inviernos y veranos extremadamente cálidos, acechados por huracanes y mosquitos. A este enorme cambio en su vida se añadieron enfermedades y epidemias como la viruela y el cólera.
Se asentaron a ambas orillas del Misisipí: en Valenzuela, Galveztown, Barataria y San Bernardo (Saint Bernard Parish, a 8 millas río abajo de Nueva Orleáns). Bautizaron sus pueblos con los nombres de sus lugares de origen como por ejemplo “La Candelaria”, edificaron iglesias, casas y plazas, cuidaban sus costumbres, su idioma, su folclore, sus comidas (potaje) y fiestas (día de Canarias) – en fin, sus raíces, no tenían nada más. Convirtieron el terreno pantanoso en tierra fértil, cultivaron como pioneros caña de azúcar y como eran excelentes pescadores y cazadores, comieron todo lo que podían cazar – también cocodrilos, nutrías y visones. Y defendieron valientemente y con éxito su tierra.
En el año 1800, solo unos veinte años después de la llegada de los emigrantes, España vendió “secretamente” el territorio de Luisiana entre el Misisipí y los Rocky Mountains a Francia – incluidos los canarios. Y solo tres años después, en el año 1803, Napoleón vendió el inmenso Luisiana Purchase por la ridícula suma de 15 millones de dólares a los entones todavía pequeños Estados Unidos de América – otra vez con los canarios incluidos.
Los Isleños permanecieron unidos y se relacionaban poco con la población de habla inglesa o francesa. A principios del siglo veinte con la construcción de las carreteras y la prohibición de hablar español en las escuelas su manera de hablar cambió poco a poco. Hoy solo la población mayor sigue hablando el canario antiguo y usa los modismos del siglo 18.
Los Isleños eran y siguen siendo buscavidas y se adaptaron extraordinariamente a sus siempre cambiantes circunstancias de vida sin perder su raíces: lucharon con éxito en diversas guerras – desde la Guerra Civil Americana hasta la Primera y Segunda Guerra Mundial. Cuando su tierra por razones de guerra se convertía en tierra quemada hacían negocios con píeles de visón o con gambas, eran maestros en la construcción de barcos y en la navegación de vapores en el Misisipí. También fueron pioneros en la historia de la cuna del Jazz, como demuestra Alcide Nuñez. Y superaron muchas inundaciones – bueno, los sobrevivientes: 1915, 1927, 1965. Como San Bernardo está ubicado en una curva del Misisipí, poco antes de llegar a Nueva Orleáns, se abrían regularmente los diques y así el terreno de los Isleños quedaba sumergido bajo las aguas – ¿para proteger la gran ciudad? Por cierto, nunca fueron indemnizados. Solo en noviembre de 2009 las victimas de la última gran catástrofe natural, el huracán Katrina en el año 2005, pudieron celebrar su primer éxito jurídico: 1,3 millones de personas perdieron a lo largo de la costa este a sus familiares y sus posesiones materiales. Un juzgado comarcal indemnizó a cinco demandantes. Justificaba su decisión, diciendo que el Cuerpo de Ingenieros del ejercito estadounidense no había cumplido suficientemente con su deber de mantener los canales de desagüe y por eso era responsable de las fatales inundaciones del huracán Katrina en Nueva Orleáns.
En el año 2000 San Bernardo contaba con 67.229 habitantes, después del huracán Katrina solo con 19.826.
La existencia de los Isleños sufrió un terrible golpe por uno de los mayores desastres medioambientales de la historia: el 20 de abril de 2010 la plataforma petrolífera Deepwater Horizon explotó dejando una marea negra de 800 millones de litros de petroleo y más de 6,8 millones de litros de sustancias químicas. La compañia BP tuvo que gastar más de 16 mil millones de dolares en labores de limpieza, demandas legales e indemnizaciones a las victimas de la marea negra.
De un día al otro los pescadores y la industria pesquera se quedaron sin futuro por un cocktail de petroleo y disolventes.
En 2013 España (Repsol) y Marruecos empezaron una carrera de prospecciones por el oro negro a solo 40 kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura.
¡Ojalá que la historia no se repita!
Habría y hay mucho que contar de los Isleños y de sus 40.000 descendientes en Luisiana.
Dixiemanía solo es un principio, para empezar a recordar su historia. ¡Adelante!
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