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¿Dónde? » Las Pirámides de Güímar

 

Antonio me llamó de nuevo: Que había una cena de gala con entrega de premios, en las místicas Pirámides de Güímar. Que la Alabama Dixieland constituía el postre. Ya sé por dónde va el asunto. Si Antonio me dice que es importante, lo es.

 

“Vale, ya voy. Pero traigo mi traje de los años 20, y si se tercia, bailaré un Charlestón. ¿Qué canciones vais a tocar?” ¡No sé qué demonio me llevó a ofrecer espontáneamente mi primera actuación de Charlestón, así, sin más!

Así que fui hacia las Pirámides de Güímar, arreglada en traje de gala, a conocer a la gente más influyente de Tenerife. Mientras iba soltando mi rollo a la gente “importante”, Antonio se quedaba quieto a mi lado, asombrándose del cuento que tengo. Fred Olsen, reverendo jefe de la compañía naviera del mismo nombre y de las pirámides, tampoco se quedó a salvo. Intenté explicarle quién era yo y qué hacía, pero no le decía nada. “Querido Señor Olsen, todavía no conoce mi nombre, pero algún día lo recordará.”, le dije descarada y con un guiño.

 

A continuación hubo la largísimo cena de gala, la actuación de mi pandilla se retrasó hasta las 11 de la noche y me iba poniendo cada vez más nerviosa. Una y otra vez salía del entoldado para admirar las pirámides que relucían con una luz magnífica. En 1991, Thor Heyerdahl descubrió el recinto de los templos con sus seis pirámides. Lo fascinante es que el complejo de pirámides fue diseñado astronómicamente. Así, se puede presenciar una puesta de sol doble durante el solsticio estival: El sol desciende detrás de un picacho, lo pasa, emerge y desciende detrás de una montaña vecina por segunda vez. Thor Heyerdahl trataba de encontrar la evidencia que ese testimonio que dejaron los guanches (población autóctona de Tenerife) tenía algo que ver con las Pirámides de Giza en Egipto y las de Teotihuacan en México.

 

La cabeza me da vueltas, la luna llena sobre de mí, se me pone la piel de gallina y estoy más que nerviosa. “Si no es aquí, ¿dónde? Y si no es ahora, ¿cuándo?” Respiré hondo, me puse el vestido de franjas, la vincha con plumas, los guantes que me llegan hasta las axilas, una boa y hasta una liga. Ir un poco a la buena ventura. Mi traje auténtico de los años 20 sorprendió a los miembros de la banda (pobrecitos, que hasta ese instante no sabían lo que les esperaba, sin ensayo ni nada) y les dijo que bailaría durante la segunda canción.

 

Cinco minutes antes de salir al escenario, mis piernas temblaban como un flan. Madre mía, pensé, ¿en qué te has metido? ¿Eres tonta? Todavía no sabes la coreografía, el suelo es de cemento, o sea áspero y por lo tanto inapropiado para un Charlestón, además no ensayaste con los chicos ni una sola vez y...

 

¡Demasiado tarde! Antonio ya me estaba anunciando. Bueno, pues no me quedó más remedio que vivir una emoción frente al público – y a todo máquina. Me trasladé mentalmente a los años 20, sentía Josephine Baker en el trasero, bailando el twist con doble esfuerzo por el suelo inapropiado. Como en trance, seguía bailando mientras me sentía totalmente perdida. El público me hizo despertar, cuando mi di cuenta que aplaudían entusiasmados.

 

“Ay, ¡lo conseguí!”, pensé, respirando con dificultad. Pero nada más recuperarme mínimamente, Antonio ya me anunciaba para otra canción, aunque intenté señalarle desesperadamente que el suelo... Fue inútil, bueno, pues otra vez, ahora un poco más descarado. Al tocar “When the saints go marching in”, toda la sala, público y banda, se puso de pie, e improvisó con una alegría desbordante.

 

¡Mola, un gran éxito! Nunca había pensado que lo lograría; después de todo, ¡esta fue mi primera actuación de baile ante un público! Nunca había salido al escenario sin tener que decir ni una sola palabra. Bueno – no hubiera podido decir mucho, ya que me había quedado  sin aliento por la emoción, el esfuerzo físico y la felicidad que sentía. De repente sabía que en la DIXIEMANÍA había “futuro” y que mi idea estaba echando raíces. Hasta Fred Olsen salía de la sala, con pasos ligeras de Charlestón.

 

Al día siguiente, cada uno de mis huesos se hacía notar, y sentía agujetas en el culo. ¿A lo mejor Josephine Baker me había prestado el suyo para una noche? ¿O fue la magia de las pirámides? ¿Quizá era esa tierra ardiente y volcánica sobre la que estaba bailando?

 

Sea como sea, así empezó todo. Pronto saldrá en las NOTICIAS cómo continua.